Nadie lo pone en duda: un Stradivarius no suena como un violín corriente. Las guitarras Fender o Gibson tienen un tono, profundidad o calidez de sonido únicos. Es una verdad universal; aunque más de uno no sea capaz de distinguir un violín caro de otro de segunda mano. Son menos conocidas y desde luego tienen menos encanto, pero también las mesas de mezclas pueden ser especiales y merecer un sitio en la historia de la música. «Sound City» es un documental dirigido por Dave Grohl (Foo Fighters, Nirvana) que demuestra que un estudio mítico y su mesa de mezclas sí lo merecen.
Primero, perdonen la fealdad de la mesa de mezclas, esa falta de elegancia. Un enorme tablero con centenares de botones, quién puede acordarse de ella. No tiene las curvas y el brillo de los instrumentos ni aparece en las fotos de promoción. Así que su olvido es comprensible. Además, la protagonista de esta historia se llama Neve 8020, un nombre que parece sacado de «2001: Una odisea en el espacio» y que tampoco motiva un alegato rockero.
Del heavy al grunge
Y la mística se va consiguiendo: esa mesa de mezclas se convierte en testigo del cambio de gustos en la Historia. Del rock de raíz al folk, y después del heavy al grunge. De Guns’n Roses a Bad Religion. Nine Inch Nails, Pixies, Metallica, Weezer. Allí se graban álbumes fundamentales, aunque el que marca un hito a principios de los noventa es «Nevermind» de Nirvana. Luego llega el debut de Rage Against The Machine, «America» de The Black Crowes, «One Hot Minute» de Red Hot Chili Peppers… Sin embargo, a partir de esa década, la mesa y, por tanto el estudio están desactualizados. Todas las bandas del momento piden sistemas digitales y Sound City entra en decadencia: «Hay otros lugares bonitos para grabar que instalan jacuzzis. En Sound City sólo querías trabajar y largarte. Y habría sido muy fácil limpiarlo, pero simplemente nadie se tomó la molestia de hacerlo», asegura Rick Rubin, productor de multitud de discos. Alguien comenta en el documental mientras salen pósters de chicas desnudas que nadie decoraba «el maldito local desde 1973, así que no iban a gastarse 20.000 dólares en el jodido pro-tools (una herramienta digital para grabar)». Allí fue a trabajar, ya sin la vieja consola, un músico español, Luis Alberto Segura, líder de la banda mallorquina L.A., que acaba de publicar «Dualize». «Era una verdadera pocilga pero también el mejor sitio para grabar baterías que he visto», dice.